Charly García / Caminando por las cornisas
23 de octubre de 2018
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Un día, vaya uno a saber, la esquina de Coronel Díaz y Santa Fe, en el pleno del Barrio Norte porteño, tendrá que llamarse esquina Charly. Charly García. Ahí andan sus huellas, ahí suele andar y ahí pasaron muchas cosas. Más allá de las contradicciones, de las vueltas sin vueltas, de sus viajes casi de ida, de su vuelo sin escalas a una pileta desde el noveno piso de un hotel, de su etapa say no more (léase etapa de autodestrucción). Más allá de todo, la música de Charly “no se mancha”, al decir maradoniano. Porque marcó bisagras desde que el rock es rock en la Argentina: primero en los setenta, cuando por un lado los fundacionales Manal, Los Gatos, Vox Dei o Almendra marcaban la marcha, Charly se animó a la guitarra acústica, a cantarle a la adolescencia, a la muerte y al miedo a quedarse solo. Junto a Nito Mestre, intento y supo dibujar gambetas a la censura de entonces inventando metáforas para decir lo que no había que decir. Pasó Sui Generis y las ya históricas despedidas en el Luna Park, llegaron los tiempos de La máquina de hacer pájaros y su también irónicas preguntas: ¿qué se puede hacer, salvo ver películas?, se preguntaba, al tiempo que los militares que mandaban preguntaban nombre, apellido, religión y vaya preso. Claro que sí, los Beatles argentinos –leasé Serú Girán- marcaron otro mojón en la rica historia rioplatense: suena Seminare, o La Grasa de las Capitales, o Canción de Alicia en el país y aparece la imagen de un bigote en blanco y negro marcando el rumbo de una generación.
En la esquina Charly García –en tiempos en que está de moda rebautizar lugares y accesos- no podrá faltar una baldosa que muestra esa ternura frágil detrás del personajes, esa dependencia al afecto al tiempo que mostrarte altivo y único, un dejo de generosidad a sus amigos músicos a veces opacado por una personalidad que quería ¿quiere? Mostrarse avasalladora.
Su carrera artística está repleta de gritos y de silencios. Sonó fuerte cuando en 1991 García reunió a 26.000 personas en Ferro para el recital Despedida del Año, llegando al escenario dentro de una ambulancia, la forma que había elegido para burlarse de su internación en una clínica, a mediados de ese año. Más fuerte cuando quedó preso en Mendoza y de allí al hospital, desde donde fue a parar a un instituto neuropsiquiátrico para iniciar un tratamiento por excitación psicomotriz. Ahí recluyó un tiempo en la quinta de Palito Ortega y volvió a ser internado en otra institución psiquiátrica, en Capital. Casi siempre sonó y cuando no lo hacía, parecía estar tomando carrera para volver al ruedo y sorprender con algo nuevo.
Los artistas únicos no tienen parámetro y tienen nombre propio. Así como Diego es Diego, o Susana es Susana, o Marcelo es Marcelo, Charly es Charly. No hace falta decir más. Aún se lo sigue presumiendo genio o ridículo, pero nunca pasará desapercibido. De pronto aparece fuerte y por ahí parece desbarrancar. Su obra es una obra de teatro que pasó por la comedia, el drama, amenazó terminar en tragedia y desde hace unos años se anima al final mejor. Cuarenta años de escenarios, especialista en caminar por las cornisas, nacido el 23 de octubre del 50 y gato en el horóscopo chino: con él nunca se sabe. (Gustavo Grosso)