Santiago Córdoba: "Desde pibe ya sabía que quería dedicarme a la música"
01 de abril de 2022
Santiago Córdoba es un baterista y percusionista nacido en la ciudad de Buenos Aires que coquetea con varios instrumentos. Se destaca por el eclecticismo de sus búsquedas musicales y por un espíritu inquieto que lo ha llevado a explorar caminos sonoros muy poco convencionales, tanto con su proyecto en solitario como con grandes bandas de la escena independiente argentina. Forma parte de la agrupación Violentango, una banda que reviste el género argentino por excelencia de la actitud del rock y de la improvisación jazzera. Santiago también colabora con proyectos como Los Espíritus, Poseidotica y Vahoz, agrupaciones que experimentan fusiones de blues rock, percusión latina y psicodelia.
-Además de la batería y la percusión, incursionás en otros instrumentos e ideas musicales, sos un buscador. ¿Qué fue lo que marcó tu vida para elegir a la música como tu oficio?
-Desde pibe ya sabía que quería dedicarme a la música. Me acuerdo que mi hermano tocaba la guitarra y ensayaba con amigos. Una vez fui al ensayo y escuche una batería y me encantó. Ahí empecé a tocar la batería. Formé bandas en la escuela, con amigos del barrio. Cuando terminé el colegio laburé en otros rubros hasta que en un momento empecé a tocar con Violentango. Al comienzo, tocábamos en la calle para poder tener un ingreso y poder mover el grupo. Ahí me dí cuenta que me podía dedicar a la música y largué todos los trabajos. Eso me dio mucho tiempo para dedicarme a tocar y fue ahí donde empecé a investigar otros instrumentos.
-Estás por estos días mostrando la música de Doroja, un disco con varias singularidades, entre ellas haber sido grabado en la India. ¿Qué recorrido propone este trabajo, que logró el formato también de vinilo?
-El disco nace de una colaboración artística que hice en la ciudad de Calcuta con el grupo local The Bauls of Bengal, un cuarteto de música tradicional bengalí. El objetivo del proyecto fue mezclar ambas culturas por medio de la música. Por eso el nombre del disco es “Doroja”, que significa Portal en bengalí. La música abrió una vez más el portal hacia esa experiencia con un grupo de músicos con ideas, sonidos y energías nuevas. El resultado es una mezcla de canciones tradicionales de la cultura Baul interpretadas con instrumentos no convencionales, pasajes instrumentales que nacieron de improvisaciones y experimentos en el estudio con diferentes instrumentaciones, donde por ejemplo en un tema el percusionista Pijush Baul toca el bombo legüero y yo el Dubki.
Doroja significa portal, y en este caso la música, las señas y la danza, único medio de comunicación de Santiago con los colegas bengalíes, funcionó como un portal astral para construir el abanico sonoro de este recorrido por extraños e insondables paisajes que logran cautivar y sorprender levantando puentes entre diferentes culturas de nuestro planeta. Esta tribu del oeste bengalí piensa que el cuerpo es el sitio de todas las verdades y que la libertad no entiende de géneros o religiones, un excelente punto de partida para el desenvolvimiento sonoro que podemos apreciar en DOROJA y que nos introduce en un intenso y psicodélico trance.
-¿Cómo fue la experiencia de haber vivido un tiempo en Calcuta? ¿Qué aprendizaje lograste ahí respecto a sus formas de hacer música?
-Por primera vez sentí el poder de la música como lenguaje, ya que con los músicos no compartíamos un idioma en común, la residencia fue a pura música y señas. Por otro lado, pude reconocer en su música una familiaridad muy cercana a nuestro folclore, eso me llevó a pensar que somos como primos músicales. La residencia duró un mes. Para mí era un mundo nuevo y creo que en la vorágine me perdí muchas cosas de la ciudad y sus costumbres. La conexión en el estudio fue increíble. El grupo estaba abierto a la experimentación por completo. La propuesta de captar ideas en el momento y luego producirlas fue muy fluida.
-En el medio de tus viajes por el mundo, apareció la pandemia y frenó muchos proyectos ¿Cómo transitaste este tiempo raro y qué cambió en tu vínculo con el público?
-Cuando empezó la pandemia tuve que parar con los conciertos y los viajes. En el 2020 me focalicé de lleno en terminar este disco que merecía mucho tiempo y dedicación, cosa que hasta ese momento no pude encontrar. El sector de la música en vivo se vio muy afectado por la pandemia y hasta el día de hoy que no se ha normalizado del todo. En los pocos conciertos que hice durante la pandemia fue raro el vínculo con el público, creo que nadie sabía muy bien cómo llevarlo.
-Sos a la par de tu carrera solista, integrante de Violentango y de la banda Los Espíritus. ¿De que se tratan esos otros dos proyectos?
-Violentango es mi escuela en la música. Un quinteto formado con mi hermano y amigos de toda la vida, con quienes nos propusimos tocar tango a nuestra manera y por diferentes circuitos sin importar edades ni estilo. Empezamos tocando tangos clásicos y luego nos fuimos para un lugar más experimental y progresivo. Desde hace un par de años que colaboro con diferentes grupos de la escena. Es el caso de Los Espiritus, con quienes toco percusión en vivo. También grabé una sesión, justo antes de la pandemia, con los amigos de Poseidotica, “Repercusión”, una tripodelica suite musical de casi 10 minutos que editaron en vinilo también. Y con el colectivo NDE Ramirez, de Formosa: en la pandemia hicimos unos relatos de música experimental sobre la región del NEA.
-Tenés varios discos grabados, eclécticos en su contenido... ¿estás ahora trabajando en alguna nueva idea musical?
-Este año vamos a tratar de volver a tocar en vivo mucho.. Estoy con dos proyectos nuevos. Uno con Rodrigo Cursach, que es el encargado de mezclar y producir mis discos: estamos en la búsqueda entre guitarras eléctricas, baterías y electrónica. Y por otro lado, con el violinista Matías Romero, que grabó las cuerdas en el disco “Doroja”, estamos encarando un dúo de música improvisada en el momento con varios instrumentos y loops.